Queremos que este rinconcito sea un espacio de reflexión y de encuentro como padres, como docentes, como adultos comprometidos en la formación de nuestros niños y jóvenes…
En la Biblioteca de nuestra Institución encontrarán un espacio especialmente preparado para la familia, con los siguientes libros:
“La sociedad de los hijos huérfanos” de Sergio Sinay.
“Elogios de la responsabilidad” de Sergio Sinay.
“El amor es cosa seria” de Mamerto Menapacce.
“La felicidad en la familia. Comprender, aceptar, amar” de Elisabeth Lukas.
“Amor de pareja, Amor de Dios” de Ricardo Facci.
“El arte de ser padres” de Ricardo Facci.
“Familia: rostro de Dios” de Ricardo Facci.
“Los hijos y la religión” de Jaime Barylko.
“El miedo a los hijos” de Jaime Barylko.
“Historia matrimonial de cruz y amor” Beata Canori Mori de Emiliano T. Moreno.
Sabemos que este material no es muy amplio, pero estamos trabajando para sumar nuevos títulos, a medida que vayan surgiendo inquietudes.
Nuestra mayor alegría es, que hagan uso de ellos, se acerquen con sugerencias de nuevos libros y porque no, si en casa tienen algún libro que consideren una buena lectura para la familia, bienvenido sea.
Rogamos para que la “Sagrada Familia “ los acompañe y los colme de bendiciones!
REFLEXIÓN MADRE TERESA
Invitamos a los papás a visitar la siguiente página
http://www.youtube.com/watch?v=ls7OFQU5PjI
en ella encontrarán una hermosa reflexión de la Madre Teresa.
PARA REFLEXIONAR...
"Todo mundo piensa en dejar un planeta mejor para nuestros hijos...
Cuando lo que debería pensar es en dejar Mejores Hijos para el Planeta."
Necesitamos comenzar ¡YA!
Un hijo aprende del respeto y la honra dentro de casa, donde recibe el ejemplo de su familia, así aprende a vivir en su país, a convivir en sociedad y se vuelve un adulto comprometido con todos los aspectos, inclusive con el respetar.
Esta caricatura fue la ganadora en un Congreso de Educación y vida sostenible celebrado en San Paulo, Brasil.
Perdonar
por Hernán Traverso
Lic. en Ciencias de la Comunicación, Opinión Pública y Publicidad (UBA)
Muchos hablan del perdón, pero son muy pocos los que realmente saben lo que significa.
¿Qué es perdonar? Para contestar a esta pregunta, quizá sea mejor, primero, definir lo que no es perdón.
Perdón, o perdonar, no es excusar el comportamiento de quienes nos hieren, o nos hirieron alguna vez. Tampoco es aceptar una crueldad, u olvidar que algo doloroso ha sucedido. Perdón no es evadir un mal comportamiento o reconciliarse con un agresor.
En este sentido, y por lo dicho hasta aquí, se puede inferir que las personas que perdonan no necesariamente están obligadas a absolver lo que han hecho contra ellas. Al contrario, para perdonar, es importante que las personas reconozcan que han sido maltratadas o tratadas de manera indebida.
Entonces, si perdonar no es aceptar una crueldad, no es olvidar al que nos hirió, y no es evadir el enojo, entonces: ¿Qué es? Pues bien, perdonar es reducir el resentimiento y aumentar la benevolencia -y el amor- hacia el que ha sido injusto con nosotros.
El rencor siempre es perjudicial, vivir con resentimiento sólo nos conduce a renovar un daño del pasado y sentirlo (vivenciarlo) como si lo estuviéramos recibiendo en el presente.
¿Cómo se hace para perdonar? No existe una fórmula mágica, más bien, requiere mucho esfuerzo. Un primer paso es aceptar todo lo malo que nos pasó, para, así, comenzar a comprender el beneficio del perdón; es decir que las cosas que hayan arruinado nuestro pasado dejen de destruirnos el presente. En otras palabras, perdonar es tomar la decisión de desprendernos del pasado para sanar el presente.
Vivimos en un mundo cargado de violencia, debemos tomar conciencia de que la salida no es alimentar ese valor negativo; al contrario, si queremos mejorar nuestro bienestar físico y emocional, si queremos evolucionar como seres humanos, debemos aprender a perdonar.
Te recomiendo que leas este artículo publicado en la Revista On Line del sitio Web de SAN PABLO
¿Qué ves cuando me ves?
Los más jóvenes y las adicciones
Es innegable que nuestros niños y adolescentes conviven en una sociedad donde la “exaltación de lo fácil”, al decir del filosofo José Antonio Marina, es uno de los elementos que conforman un sistema de creencias, en el cual, lo adictivo cumple un rol fundamental.
Todo debe ser conseguido con el menor esfuerzo. La vivencia del ahora. La angustia por el futuro ya no implica un motor para lograr metas, sino un dolor que debe ser evitado.
Los medios de comunicación están dispuestos para este fin. Sólo basta con ser un observador crítico y consciente de la publicidad: creación del deseo y su consecuente satisfacción. La irrealidad se apodera de lo real.
Nuestra sociedad busca no sufrir. Una hermandad de laboratorios medicinales elabora la medicación justa para paliar ansiedades y frustraciones. Si no existe la enfermedad, se la inventa. Para cada dolencia, una receta.
En alguna parte, leí que un médico europeo opinaba que, en la actualidad, se recetan tantos psicofármacos, porque se trata de un recurso cómodo. Por un lado, al paciente, la medicación le ofrece una calma inmediata y le quita la responsabilidad de interrogarse acerca de sus problemas existenciales. Por otro lado, al médico, le ahorra tiempo y no necesitaría realizar una entrevista más profunda. La cantidad de pacientes crece, y el bolsillo del profesional también. Las droguerías, de fiesta.
Una sociedad adicta al consumo provee individuos con personalidades con tendencias adictivas. Los adolescentes, al vivir una etapa de crisis y al tratar de evadir los conflictos, recurren a salidas fáciles o formas de olvidarlos. La adicción es una enfermedad psicosocial frecuentemente progresiva y hasta fatal.
Se comienza casi distraídamente, por diversión y termina con consecuencias adversas incluso irreversibles. Las distorsiones del pensamiento y la negación son factores que juegan un papel primordial. Negar que se es adicto es la mejor manera para seguir siéndolo.
El vocablo adicción remite, casi siempre, a drogadicción. Se puede ser adicto a sustancias psicotrópicas como la nicotina, la cocaína, el éxtasis, la marihuana; pero también, a comportamientos específicos como los juegos de azar, internet, videos juegos. Todo es válido, si la respuesta es una sensación de placer.
Con el tiempo, ese bienestar decrece. Si los psicotrópicos, los psicofármacos, las drogas en general constituyen una respuesta de escape a los problemas que no se pueden o no se saben resolver, la posibilidad de adicción es mucho mayor que si se trata de motivos lúdicos o de satisfacción virtual.
Cuando la familia no aporta amor y contención, para el niño o el adolescente, se vuelve proveedora de situaciones como incomprensión, falta de comunicación, golpes, maltrato, rechazo, abandono, dificultades escolares, pobreza absoluta, desamor. Se le suman juicios hacia lo que es y siente, el castigo y la crítica constante, reproches, abandono emocional, ausencia de apoyo o guía emocional, sobreprotección, padres exigentes y perfeccionistas, abuso moral o físico. En este ambiente inseguro y hostil, se desencadenarán conductas adictas.
Las personas, sobre todo los más jóvenes, que no son escuchados o tenidos en cuenta, al no sentirse amados buscarán donde puedan expresarse, ser aceptados y, así, huir del contexto que les produce dolor y angustia. “La mano de la adicción” está pronta a seducir con una pronta solución.
Las conductas adictivas producen depresión, sentimiento de culpa, autoestima baja, evasión de la realidad, desamparo, prepotencia y violencia. Los adolescentes comienzan a formar parte de un círculo vicioso del cual no pueden salir. Algunos creen librarse de las dificultades, ser más populares, mejores deportistas, pensar mejor, mantenerse más activos. Sin embargo, pasado el efecto, inmediatamente se sienten culpables y causantes del daño, para, otra vez, caer en la adicción como modo de amortiguar su angustia.
Otros adolescentes intentan encajar en un grupo, otros se vuelven adictos para ganarse la atención de sus padres o porque creen que algún tipo de adicción les ayudará a escapar de sus problemas, enfrentarse a la vida o controlar el estrés. Siempre se persigue la euforia del principio que nunca más se volverá a sentir.
Si bien, detrás de cada decisión, hay una elección; en el caso de los adolescentes, las circunstancias los llevan, la mayor parte de las veces, a consumir estimulantes externos como soporte o refugio para no caer en la confusión o el dolor emocional que pueden sentir, ya que les proporcionan placer, libertad, seguridad y fuerza momentánea.
En el fondo, las situaciones los desbordan y no saben qué hacer con lo que sienten y viven. Este padecimiento se debe, en gran parte, a que nuestra sociedad, y especialmente la educación, han descuidado la cultura emocional. Así es como los adolescentes callan, se frustran y se evaden creando un mundo al que creen pertenecer. Los ejemplos positivos brillan por su ausencia. Los docentes y padres, muchas veces, niegan y disfrazan lo que sienten, tratando de ser lo que no son (dan órdenes sin razón, prejuzgan sin escuchar). Las mismas inseguridades que el adulto siente se reflejan en los hijos y alumnos.
El adolescente se convierte en un individuo vulnerable a la adicción porque tiene miedo al fracaso, baja tolerancia a las frustraciones y una dependencia de afecto que representa temor de ser herido. Generarles una autoestima alta y ayudarlos a encontrar un sentido a la vida rodeado de vínculos afectivos sólidos y educarlos en la autonomía y responsabilidad redundará, como consecuencia, en un NO rotundo a cualquier tipo de adicción.
Revista ON LINE – San Pablo.